miércoles, 12 de octubre de 2011

Incluso los palestinos más moderados no quieren aceptar un Estado judío

Cualquiera que esté buscando razones para la desesperanza acerca de las perspectivas de una paz en el Oriente Medio le basta con escuchar a esa corriente sin fin de incitación y de negación de la historia y de los derechos de los judíos que proviene del liderazgo de la Autoridad Palestina y de sus medios de comunicación oficiales. Pero para tener una perspectiva genuina de la cultura política de los palestinos también podemos prestar atención a lo que opinan los moderados. Por desgracia, eso tampoco nos consuela demasiado.

Por lo tanto, la polémica desatada por Sari Nusseibeh contra la idea de un Estado judío debe dar mucho que pensar a halcones y palomas por igual. Nusseibeh es un filósofo y activista por la paz muy respetado a nivel internacional, así como por los israelíes. Sin embargo, en su artículo publicado la semana pasada en la web de Al Jazeera parece estar dispuesto a ser indulgente no sólo con la retórica que menosprecia los derechos de los judíos a compartir la tierra, sino también con la que niega la historia judía. Si la frase “Estado judío” parecer ser un problema para sus intelectuales más mundanos y cosmopolitas, parece haber muy pocas esperanzas de que los palestinos sean capaces de aceptarla.

En primer lugar, Nusseibeh clama que ese reconocimiento reclamado por Israel – que los palestinos acepten un estado judío – significa “mover la portería”, y eso resulta absurdo. A pesar de que él cita la decisión de un Comité Anglo-Americano de Investigación sobre el futuro de Palestina, el cual afirmaba equivocadamente que el Mandato Británico no necesitaba crear un Estado judío como parte de su obligación de cumplir con la Declaración Balfour, Nusseibeh no tiene en cuenta que, al año siguiente, la Asamblea General hizo caso omiso de esa recomendación. A pesar de su obsesión por los organismos mundiales, los palestinos tienden a olvidar la resolución de partición de 1947, la cual exigía de forma explícita la creación de un Estado judío junto a otro árabe.

La razón de la exigencia de Israel es muy sencilla. A menos que los palestinos no acepten expresamente que la parte del país que no controlan será territorio judío, el conflicto no se acabará. Nusseibeh y otros palestinos tienen razón cuando dicen que no es cosa de ellos determinar la naturaleza del Estado judío. Pero nadie les está pidiendo que hagan eso. La identidad judía es compleja, y los israelíes podrían pasarse el resto de la eternidad tratando de definirse a sí mismos. Pero cualquiera que sea su última respuesta, el hecho de que Israel es el Estado del pueblo judío no puede ser cuestionado sin desatar los perros de la guerra que han condenado a los palestinos a la tragedia en el siglo pasado.

A pesar de que Nusseibeh parece creer en algún tipo de solución de dos Estados (en su último libro indicaba que los palestinos podrían ser incapaces de ejercer su autogobierno), el intento de Nusseibeh de hilar fino sobre el significado del Estado judío es profundamente preocupante. Él sabe muy bien que la aceptación de Israel como Estado judío no quiere decir que dicho Estado se configure como una teocracia. Ni tampoco invalida la ciudadanía de la minoría árabe del país. Su cita de los textos bíblicos acerca de masacres y despojos de los cananeos parece diseñada solamente para provocar. La idea de que el reconocimiento de un Estado judío significaría, como él dice, que los palestinos estarían legitimando su propia destrucción, es simplemente un absurdo que no tiene cabida en una discusión razonable de los problemas contemporáneos.

Tan malo como podría ser eso, resulta mucho más preocupante la falta de voluntad de Nusseibeh a la hora de dejar de lado el llamado derecho de retorno de los descendientes de los refugiados palestinos. Cualquier mención de ese “derecho” es simplemente una señal de que los palestinos no están interesados en poner fin a este conflicto centenario en este pequeño pedazo de tierra. Así como también resulta preocupante el intento de Nusseibeh de incitar a los cristianos a oponerse a una Jerusalén unificada. Y aún más preocupante, cualquier esfuerzo en ese sentido está condenado al fracaso, ya que la única vez que ha existido una verdadera libertad religiosa y un libre acceso a todos los lugares santos de la ciudad ha sido durante los últimos 44 años de soberanía judía indivisa.

Después de más de 2.500 palabras de incitación deshonesta, Nusseibeh concluye diciendo que Israel debería ser un país democrático con una mayoría judía y donde la religión del Estado sería la judía. Pero eso ya ocurre ahora mismo, y eso es lo que los israelíes y los que les apoyan entienden como un Estado judío. Los palestinos, que no han sido capaces de crear su propia cultura democrática, no resultan creíbles cuando afirman, según dice Nusseibeh, sentirse preocupados por el futuro de la democracia israelí. Si fuera así, ¿por qué entonces les resulta tan difícil, incluso para un miembro de esa pequeña mayoría de palestinos que cree y quiere realmente vivir en paz con los judíos, decir la frase “Estado judío?”. Tal vez porque evoca la finalización de un conflicto que incluso los moderados como Nusseibeh solo contemplarían como una etapa no definitiva. Si incluso alguien como él se mueve a este nivel de invectivas por unas palabras, entonces resulta difícil de imaginar como el resto de la sociedad palestina aceptará la presencia y permanencia constante de sus vecinos judíos, inclusive en una parte del territorio.

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